%207.png)
Tengo una relación fallida con la bicicleta. El primer antecedente se remonta a cuando mi papá me regaló una hermosa bicicleta en mi cumpleaños número ocho. Era rosada y tenía chispitas amarillas. Mi papá la compró más grande para que no se me “quedara tan rápido” y sin rueditas de apoyo para que me ahorrara, según él, un paso.
Fue tanta la emoción que apenas pude la saqué al parque para montar, pero la felicidad me duró muy poco. Al intentar montarla, sin las famosas rueditas de principiantes, me caí y me raspé los codos, las rodillas y el honor. Todos los intentos fueron perdidos. Luego, mi mamá llegó con unos patines morados. De paso, le compró también, a dos primos más. Montar en patines se nos convirtió en el plan favorito de los fines de semana. Y, fue así cómo olvidé mi bicicleta.
Unos años después, en una clase, un profesor señaló que Bogotá es la ciudad de América Latina con más kilómetros de ciclorrutas. Si bien el dato me pareció interesante, realmente fui consciente de la existencia de las dinámicas de las ciclorrutas el día que, estando en la 53 con 13, una bicicleta me atropelló. Caí desubicada, sin entender qué había pasado. Cuando me puse de pie vi una biciusuaria tambíen en el piso, bastante molesta. Se subió a su bicicleta y se fue, este es el segundo antecedente de esta tórrida relación. Fue entonces que supe que, como ciudadana, no había apropiado en mi mente esta infraestructura y muchos menos conocía su correcto uso.
Desde ese día, cruzo las ciclorrutas como si fueran avenidas, mirando a izquierda y derecha. Un poco de observación me ha mostrado que, tanto biciusuarios como peatones, no utilizan adecuadamente la ciclorruta. Los primeros, van por la carretera sin hacer uso de su vía exclusiva. Y los segundos, se atraviesan igual o peor que como lo hice yo.
Hace dos años, cansada del trancón, contemplé la posibilidad de comprar una “bici” e irme al trabajo en ella, y de paso hacer ejercicio. Sin embargo, por esos días salió la noticia de un hombre que intentó robar a un biciusuario en la ciclorruta que conecta la Avenida Boyacá con la Calle 68, al occidente de Bogotá. Y la imagen vale más que las palabras, acá se las dejo:
Este es el tercer antecedente y fue suficiente para desistir, temporalmente, de la idea de adoptar la “bici” como mi medio de transporte. Todo lo anterior, me llevó a concluir que hay dos aspectos que son esenciales al momento de usar las ciclorrutas. El primero, definitivamente, es la seguridad. Y, en segundo lugar, el comportamiento de biciusuarios y de peatones. Sé que hay muchos más aspectos a considerar, pero en esta historia fueron relevantes estos dos. No solo se trata de tener varios kilómetros de ciclorruta, sino de saber usarlos y contar con la tranquilidad de que es una infraestructura segura.
Por estos días, se anunció que existirá el Corredor Verde sobre la Carrera Séptima. Investigando un poco encontré en el Plan de Desarrollo Social, Ambiental y de Obras Públicas del Distrito Capital (2020-2024), “Un Nuevo Contrato Social y Ambiental para la Bogotá del Siglo XXI”, que este será un escenario en el que se privilegiará el uso de energías limpias, el espacio público peatonal y las formas de movilidad alternativa como la bicicleta. Además, en este plan se habla de la adopción de la Política pública de la bicicleta, en la que se contempla la optimización de la seguridad (personal y vial).
Estas acciones tomarán su tiempo para implementarse, pero me inspiran para reconciliarme con la bici y volverme usuaria frecuente de estas ciclorrutas. En cuanto se levante la cuarentena en mi localidad, compraré una. Y prometo, eso sí, informarme y comprender el universo y el uso adecuado de ciclorrutas y bicicletas.
El aspecto de la seguridad no es algo que pueda controlar del todo. Pero el segundo sí. Por ello, ya estoy investigando sobre las normas de estos espacios urbanos, y sobre los derechos y deberes de peatones y ciclistas. Como peatón y biciusuario ¿Usted también lo haría?