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Ayer recibí una llamada de la Secretaría de Planeación de Bogotá. Realizaban un acercamiento a las personas para medir su percepción sobre el Plan de Ordenamiento Territorial (POT). Me preguntaron sobre los servicios que quisiera tener cerca al lugar donde vivo: educación, salud, seguridad, movilidad, entre otros.
Para comenzar, quiero decir que, desde mi faceta de ciudadana, es la primera vez que sentí este proceso tan cercano. Y lo segundo es que, recibir una llamada en la que se escuchen todas las preocupaciones comentarios y opiniones del ciudadano común, fue una sorpresa bastante agradable.
Como yo, muchas de las personas que viven en Bogotá, tienen vivienda propia en una localidad diferente a la que habitan. Esto ocurre principalmente por dos razones. Por un lado, los desplazamientos entre el lugar del trabajo y la vivienda, pese a ser cortos, son una pesadilla causada por la congestión vehicular que padecemos en la ciudad.Y, además, la oferta de compra de vivienda, cerca de los lugares de trabajo, es imposible. Esto se debe a que los lugares de empleo se concentran generalmente en la misma zona. En estas zonas el precio del suelo es alto y por ende solo algunos pocos pueden comprar vivienda o pagar el arriendo de un inmueble.
Esta última razón es conocida por los estudiosos como el fenómeno de Gentrificación. Este fenómeno se da progresivamente y de diferentes maneras; para aquellos que quieren tener proximidad o comprar vivienda cerca a su lugar de trabajo el costo se mide en términos económicos. Los que no tiene capacidad económica se ven obligados a desplazarse a otras zonas que no concentran la oferta de bienes, servicios y lugares de trabajo, reduciendo así las posibilidades de quedarse en un territorio.
Un ejemplo claro de este fenómeno se puede observar en Bogotá. La circulación creciente de capital privado y la acción generada por agentes inmobiliarios resultan impulsores de difusión y penetración del proyecto gentrificador. Tanto el desplazamiento como la posibilidad de elegir el lugar para vivir tienen un común denominador: la ubicación. De esta depende la calidad de vida, el acceso a servicios de la ciudad, la gestión del tiempo e incluso, el incremento de la productividad de las actividades laborales.
Por estos días, los términos de ubicación y desplazamiento han adquirido otros significados a raíz del aislamiento generado por el Covid19. Los bienes y servicios prestados por empresas privadas y públicas han tenido que transformar, en un tiempo récord, los servicios que prestan. Tanto trabajadores como usuarios cambiaron la forma de acceder y suministrar los servicios.
Este cambio permitió la flexibilización de aspectos que antes considerábamos imposibles de realizar por medios virtuales. El distanciamiento social nos obligó a repensar la forma de prestar los servicios profesionales, especialmente aquellos que, por su naturaleza, “requerían” la presencialidad. Reuniones con alto número de participantes ahora se convocan de manera ágil y sencilla, la eficacia en la gestión del tiempo y evitar el desplazamiento y los trancones, son algunas de las bondades de esta flexibilización.
En este nuevo panorama, la ubicación y el desplazamiento pasaron a un segundo plano. Es posible generar ingresos, si la naturaleza de su empleo se lo permite, sin importar el lugar en el que usted se encuentre y haciéndole el “quite” al aburridor trancón bogotano. Además, usted aporta a descongestionar la ciudad y no se convierte en una víctima más del efecto gentrificador.
Aquella llamada me hizo pensar en todo lo anterior. Prometieron que este tipo de proyectos se ampliaría a través de la creación de grupos de WhatsApp en cada localidad. Por todo esto, quiero poner sobre la mesa el tema de la importancia de esta estrategia en el acceso a los servicios de la ciudad a través de la virtualidad.
Si quiere compartir su historia ciudadana y su experiencia con los servicios de la ciudad cuénteme por este medio ¡y algo nos inventamos!